NADA JAMÁS COMO EL CALLAO
Carlos Javier León Ugarte
Si hay algo que mi mente mantiene fresco aun a mis 36 años, son aquellas tardes sabatinas que a fuerza, valentía y un nada ajeno acento porteño disputábamos un inmisericorde balón entre la pista destartalada de la cuadra tres del jirón California y la menguante tarde que se aproximaba. Los gritos de juventud, el sueño eterno de ser inmortal en un gol entre las piedras, los carros del frigorífico que nos marcaban de vez en cuando entre el pundonor de esquivar al rival y al medio de transporte. Pero nunca parábamos, el festín deportivo seguía a cuestas entre la trinchera de seis contra seis que se fusilaban entre remates improvisados y jugadas que los españoles e italianos admirarían sin desdén, y más allá que acá, la salsa de Héctor Lavoe discurriendo por la cabeza se confundía con la bravuconada de una fiel barra de vecinos….
Aquellas tardes en el Callao no tienen comparación con nada de lo que vino después, ni la silbatina de la muchachada que se codeaba entre su asfalto buscando protagonismo contra el barrio contiguo, ni la pollada de la tia de esquina que repiqueteaba la sartén entre el olor a fritura y la sintonizada clave en salsa de Frankie Ruiz, el paso de baile único, propio y alucinante que solo nace de la sangre y se va fermentando con el pasar de los años, y que dibujaba la vereda llena de ilusiones y de sentimientos chalacos que solo los que pisamos sus calles guardamos en el corazón, en la mente y en el espíritu, sí; aquel espíritu guerrero que empujaba a buscar a otros barrios para hacer prevalecer nuestra supremacía en sus calles, en esas calles llenas de policías, de picaroneras, de cevicheras, de chicharrones, de mitos, de leyendas, de historias contadas por abuelos y abuelas que cantaban el vals en ristre una vez que el cajón y la guitarra retumbaba desde alguna quinta criolla.
Ese era el Callao, ese es mi Callao, con el mar a cuestas sobre mi pecho, con el sol y su brisa llenándome los pulmones de vida, con el disparo a lo lejano y con el claxon que avisa que hoy habrá guerra, con su olor a gloria e historia, con el aire lleno de heroísmo que cada noche rumorea el Real Felipe que quedo en mis oídos sus fantasmas me dicen que yo también soy digno de sus tierras, de su estoicismo, del chiflón que improvisa un canto de sirena en sus madrugadas a dúo con la voz eterna de una vieja radio que va soltando un bolero de Ralphy Levit o de Pedrito Otiniano desde alguna casa que se amanece cada fin de semana….
Allí está mi Callao, con las mismas personas que dejé hace ya 25 años, siguen bailando felices como si fuera el último día de sus vidas, siguen festejando las ilusiones ensanchadas del fútbol, el aniversario y el nacimiento de un nuevo chalaco, siguen sonriendo ante la esperanza de un país mejor que crece y crece y abarca sus muelles y sus jirones, Vigil, Los Barracones, Puerto Nuevo, Buenos Aires, Saloon y tantos más que despliegan globos eternos de gritos aguardientosos desde sus ventanas, sigue allí intacto, tal como lo deje, solemne y achorado, con la última palabra en los labios y con aquel bendito puerto que cada vez que lo veo, lo huelo, lo siento y lo toco, me revienta los vestidos y las venas originando en mi un efecto sentimental que termina con mis lágrimas frente al faro, confundiéndose entre el sollozo del mar de Grau, que va y viene confuso y bravío, cada vez que ve a uno de sus hijos, llorar frente a él.